
La psicología cognitiva y los estudios acerca de cómo se toman decisiones en la vida real, hay que reconocer, nos someten a una cura de humildad importante. El mito del ser humano como racional cae estrepitosamente para imponerse una concepción de las personas como decisores emocionales, comodones, simplificadores y sometidos a múltiples sesgos, la mayoría inconscientes.
Kahneman es su muy recomendable libro «Pensar rápido, pensar despacio«, que resume sus investigaciones de una manera muy divulgativa, introduce una factor político interesante. El psicólogo -premio Nobel de economía en el año 2002 por sus estudios sobre la toma de decisiones en condiciones de incertidumbre- señala como, una vez aceptamos que el modelo de agente racional no describe adecuadamente a los seres humanos, deberíamos también aceptar que, en algunos casos, las políticas y las instituciones deberían proporcionar ayuda a los sujetos para que tomaran mejores decisiones en relación con sus vidas. Aunque, como escribe, «esto puede parecer inocuo, pero en realidad es algo bastante controvertido… la fe en la racionalidad humana está estrechamente relacionada con una ideología para la que es innecesario, y hasta inmoral, proteger a las personas contra sus propias elecciones«. Milton Friedman, el padre de la Escuela de Chicago -sustento teórico del neoliberalismo- dio expresión a esta opinión en su libro «Libertad de elegir«
Efectivamente, la suposición de que las personas son agentes racionales es la base del neoliberalismo que se opone a interferir en las decisiones de las personas excepto si con ellas perjudican a otros. En el mundo neoliberal, los obesos saben lo que hacen cuando deciden comer compulsivamente, los fumadores cuando deciden fumar o los motoristas cuando deciden ir sin casco. Nadie cree que sea legítimo que los gobiernos obliguen a las personas a llevar dietas equilibradas o que las penalicen por no hacerlo (por ejemplo, no operando del corazón a los obesos o a los fumadores). Sin embargo podría haber una tercera vía entre la libertad absoluta y la coacción estatal. Es lo que Kahneman llama «paternalismo libertario», es decir, ayudar a las personas a tomar buenas decisiones pero sin coartar su libertad.
El autor pone el ejemplo de lo beneficioso que sería
obligar a que en los contratos las mejores opciones se den por omisión de manera que apartarse de la elección más razonable sea un acto ejecutivo que necesite más deliberación. Por ejemplo, cuando damos de alta un teléfono o contratamos un seguro, las peores opciones -malas para nosotros pero buenas para las empresas- son las que se dan por omisión. Explica Kahneman las fuertes resistencias de las empresas a redactar contratos legibles y entendibles en los que la omisión vaya a favor del cliente ya que gran parte de sus ganancias dependen de que los clientes tomen decisiones estúpidas. Esta resistencia también la tiene, por ejemplo, la industria de la comida y bebida basura que se niega al etiquetado comprensible y no sesgado de sus productos.
En el Reino Unido se ha creado, por ejemplo, la Behavioral Insight Team que pretende explorar intervenciones conductuales aplicables a las políticas públicas y que ha sido bendecida por un editorial de The Independent titulado «Utilizar las herramientas de la economía conductual puede conseguir un gobierno mejor y más barato»
¿Por qué no pagar a la gente por llevar conductas saludables? Quizá no es algo tan descabellado. Veamos que opina un experto, el Profesor Kevin Volpp, en este artículo que traducimos de The Conversation
Con el gobierno expresando su preocupación por el creciente presupuesto de salud y haciendo hincapié en la responsabilidad personal, tal vez es tiempo para considerar algunas maneras creativas de poner freno a lo que Australia gasta en problemas de salud. Una solución es pagar a la gente para seguir bien o que mejoren sus conductas de salud.
El Reino Unido ya está haciendo este tipo de cosas con un ensayo con madres de suburbios desfavorecidos. Se entregan 200 libras en vales de comida para fomentar que amamanten a los bebés recién nacidos. Y a partir del 1 de enero de este año, los empleadores en los Estados Unidos pueden ofrecer recompensas cada vez más importantes a los empleados para que tengan mejores resultados de salud como parte de la Affordable Care Act.
Pero ¿debemos realmente pagar a las personas para que tomen decisiones saludables? ¿No deberían estar motivadas para mejorar su salud por su cuenta?
Fomentar decisiones correctas
La gente no hace lo que más le conviene a largo plazo, por muchas razones. Cuando se toman decisiones se tienden a tomar atajos mentales y permitimos que los deseos y las distracciones del momento influyan en la búsqueda de lo que es mejor.
Uno de esas «irracionalidades » es nuestra tendencia a centrarnos en los beneficios inmediatos o los costos de una situación mientras que subestimamos las consecuencias futuras. Conocido como el «sesgo del presente«, este es evidente cada vez que apagas el despertador en lugar de ir a correr por la mañana.
Los investigadores han encontrado que los programas de incentivos eficaces pueden compensar el sesgo del presente mediante recompensas que hagan más atractiva la opción saludable.
Las investigaciones realizadas en los lugares de trabajo de los Estados Unido, por ejemplo, encontraron que las personas a las que se les dio 750 dólares ($100 por dejar de fumar; $250 por no fumar en los primeros 6 meses tras entrar en el estudio y $400 por no estar fumando tras otros 6 meses adicionales) dejaban de fumar tres veces más que las que no recibieron ningún incentivo. Incluso después de que el incentivo fuese eliminado, tras seis meses, todavía había una relación de tasa de abandono del 2,6 entre los grupos de incentivos y el control: el 9,4% del grupo de incentivo se quedó sin fumar frente a sólo el 3,6 % del grupo de control.
Un enfoque refinado
Sin embargo, mientras que la investigación sobre el uso de incentivos financieros para fomentar conductas saludables es prometedora, no es tan sencillo cómo repartir dinero en efectivo a cambio de un buen comportamiento.
La teoría económica tradicional postula que cuanto mayor es la recompensa, mayor será el impacto: pero esto es sólo un ingrediente del éxito. La Economía del Comportamiento muestra cuándo y cómo se distribuyen los incentivos para que puedan determinar el éxito del programa.
Aquí hay algunos principios básicos a tener en cuenta. En primer lugar, recompensas pequeñas pueden tener un gran impacto en el comportamiento si son frecuentes y poco después se hizo la elección saludable. Hemos encontrado que esto es cierto en el contexto de los programas de pérdida de peso, adherencia a la medicación e incluso a renunciar al uso de drogas como la cocaína.
Los juegos de azar son una manera efectiva de distribuir las recompensas ya que la investigación ha encontrado que la gente tiende a centrarse más en el valor de la recompensa que sus posibilidades de ganar el premio. Mucha gente piensa que las probabilidades de ganar un premio de 0.0001 y de 0,0000001 son más o menos equivalentes a pesar de que, en realidad, son muy diferentes.
Por último, las personas están más influenciadas por la perspectiva de pérdidas que por la de ganancias. Los estudios muestran como la gente otorga mucho mayor peso a la pérdida de algo que a ganar eso mismo.
En un experimento para bajar de peso, por ejemplo, se les pidió a los participantes que pusieran dinero en una cuenta de depósito. Si ellos no logran sus objetivos de peso, el dinero se perdía, pero si tuvieron éxito, el depósito inicial se duplicaba ellos lo conservaban.
Renuentes a perder sus depósitos, los participantes en el grupo de depósito bajaron tres veces más peso que el grupo control, al que simplemente se pesó cada mes.
Crear buenos hábitos
Los incentivos son particularmente eficaces para el cambio de comportamientos de una sola vez, como la promoción de la vacunación o la asistencia a exámenes de salud. Pero con el aumento de las tasas de obesidad y otras enfermedades relacionadas con el estilo de vida, tendríamos que centrarnos en cómo se pueden utilizar los incentivos para lograr la formación de hábitos y la pérdida de peso sostenida a largo plazo.
Sabemos que los incentivos financieros pueden aumentar el uso del gimnasio y tienen un impacto positivo en el peso, el perímetro abdominal y la frecuencia cardiaca, pero ¿cómo mantener el uso del gimnasio después de que el incentivo se retire? La clave puede ser el uso de incentivos para lograr una alta frecuencia de asistencia durante el tiempo suficiente para crear un hábito saludable.
También tenemos que considerar cómo podemos aprovechar los incentivos sociales, como el apoyo de los compañeros y el reconocimiento, junto con las nuevas tecnologías para maximizar el impacto de los programas basados en incentivos.
Soluciones innovadoras, como el pago a las personas para fomentar las decisiones de salud adecuadas, podrían ayudar a reducir el impacto sanitario y económico de la creciente carga de enfermedad.
2 Comments
Es muy interesante, pero en referencia a los incentivos de los «empleadores» en Estados Unidos… si ya te cuidas, no recibes incentivos?
Quizás se fruto de una mentalidad poco liberal, pero parece que premiar al que debe cambiar y no al que ya se cuida da qué pensar…
Lo que funciona para reducir el peso de una persona no necesariamente es útil para otra, debido a las diferencias metabólicas
y modo de vida.